Aferrado a un cuaderno, entornillado a un siento, agazapado en sus sueños inútiles. Con el ceño fruncido y la rabia en la boca, revisa la tarea mientras la camisa muestra su madurez.
Acomplejado e inútil recorre los tablones del ambiente. Ordena, revisa, intenta encontrar lo que no encontró antes. Recuerda con la mirada fija al escritorio. No, no es nada y el pantalón de terno se frunce cuando vuelve a sentarse.
La prisión tras cuatro paredes lo desespera y mira el saco extendido en la silla; en el recorrido su mirada también observa la libertad que hay a lo lejos a tres pasos de la esquina por el pasillo.
El jefe no está feliz hace mucho que dejo de sonreír. Ya la escuela lo aburrió, hoy desea comenzar a vivir. Lo atormenta la secretaria con los mensajes. Los empleados con sus pedidos y hasta la foto de la familia a un rincón del escritorio grita: “es todo, es hora de irnos”.
Su condena es la más fuerte, el delito que cometió es inapelable, los abogados han decidido renunciar a su caso. No hay superhéroe que le quite el fracaso de recibir el cheque y llegar a casa acongojado.
Cada mañana la camisa en lugar de la casaca, cada mañana evita despertar para no encontrarse con su pesadilla. El jefe está molesto hoy, debemos andar a hurtadillas.
El jefe no tuvo voz ni voto en su entierro. Deseó lo que no tuvo y se conformó con el escritorio, la secretaria y los esclavos, nunca tuvo compañía. Una esposa, un hijo desconocido, una jarra que lentamente se llena. El intento de no ser normal. La cara larga de siempre, las decisiones presionadas. Un sueño hecho realidad para los que sueñan con el poder.
Los domingos el sueño que no es el sueño, charlas de negocios mientras la pelota cruza el área de gol. Una salteña con el empleado que no quiere ser despedido, con el amigo que quiere su cargo, una siesta con la esposa que se hizo el facial y por el resto de la tarde no se la puede tocar.
El jefe está molesto y sueña con abandonar el aula y empezar a vivir.

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